Entendí el significado de la palabra mamífero el día en que mis senos se hincharon como melones y la diminuta boca de Claudia se aferró a mi pecho con una fuerza que me pareció asombrosa para una niña de minutos de nacida. Ese día me di cuenta que además de mujer soy una hembra.

Fue una revelación tardía que me enfrentó con la esencia de mi humanidad. Ser el sustento de una criatura que necesita de tu leche para subsistir es una experiencia abrumadora y  bizarra. Es una tarea que no se puede postergar ni delegar. La bebé llora y los pechos de acalambran, se calientan y se llenan para brindar alimento. La naturaleza es perfecta y por primera vez me sentí parte de ella.

Escribo estas líneas con una sola mano. Con la otra sostengo a Sofía, quien a las dos de la tarde come por quinta vez. Sus ojitos ansiosos se calman con los primeros tragos. Cuando se sacia, se queda dormida, se ríe o entra en uno de esos letargos que anestesian al cuerpo después de una gran comilona.

Mi alma se elevó y mis senos se desplomaron con la lactancia. Me miro al espejo para redescubrirme. Mi seno derecho casi duplica el tamaño del izquierdo, porque es el gran proveedor. Las asimetrías de mi personalidad se reflejan en mis mamas. La teta grande nunca flaquea, es poderosa, aunque está irritada y adolorida. La pequeña sirve de apoyo, de meriendita por las tardes. Es la teta de la tranquilidad y el consentimiento.

A los cinco meses y medio, Sofía apenas comienza a comerse una compota de frutas al finalizar la tarde. El resto del día solo toma mi leche. Amamanto con y por amor, con convencimiento, pero es extenuante. Los cabellos se me caen a montones a pesar de las vitaminas y cualquier actividad lejos de mi niña es impensable.

Hay mujeres admirables que se sienten en el pináculo de la dicha con sus muchachos pegados de las tetas en todas partes. Yo no soy una de ellas. Me enfrento a diario con mis ángeles y mis demonios.

Claudia me enseñó que las cosas son más difíciles cuando se hacen a medias. Decidí comenzar a trabajar antes de destetarla y eso fue aún más agotador. Tenía que levantarme de madrugada y robarme un tiempito en la oficina para sacarme la leche que alguien más le daba a mi chiquita en mi ausencia. Las horas de separación no diluyeron el vínculo. Mi cuerpo seguía el mandato de producir leche, sentía su hambre en mis pechos.

Claudia se quedaba con la pasión necesaria para escribir y en la redacción dejaba la energía indispensable para cuidarla.

Para amamantar hay que sufrir, aunque las defensoras de la lactancia digan lo contrario. Mientras se aprende, los pezones se agrietan y se rompen. Sentí dolor e incertidumbre. Para continuar el proceso, he tenido que poner la vida que conocía en pausa y tomarme en serio mi papel de madre. Hay que aprender a sentarse en una mecedora con la beba en los brazos y reconstruir el sentido del tiempo para alimentarla y amarla sin apuros.

La mujer que me convenció de que podía hacerlo se llama Antonieta Hernández. Me habló con la seguridad que emana de la experiencia. La pediatra se convirtió en una experta en lactancia al conjugar sus conocimientos de medicina con la sabiduría que obtuvo al amamantar a sus cinco hijos. Ella insiste en que ni importa el tamaño de los senos, la forma de los pezones, ni la constitución física.

La organización que preside se llama Leche y Miel, haciendo alusión a la Tierra Prometida que describe la Biblia. La idea de la leche y la miel también es rescatada por  Erich Fromm en El Arte de Amar.  “La leche es el símbolo del primer aspecto del amor, el de cuidado y afirmación. La miel simboliza la dulzura de la vida, el amor por ella y la felicidad de estar vivo. La mayoría de las madres son capaces de dar leche, pero unas pocas pueden dar miel también”.

Soy una gran productora de leche. Tanto, que en otras épocas fácilmente podría haber sido nodriza. Eso me causa a diario una gran sorpresa. No sabía que era capaz de dar tanto. Y espero  que con esas onzas de alimento que han chupado mis hijas se hayan colado goticas de miel, que las convierta en mujeres amables, curiosas y sensibles.