La Asunción es un pueblo de gente tranquila y hoy no fue la excepción. A las ocho de la mañana el sol ya abrazaba las calles semidesiertas. Las puertas abiertas de las casas viejas del centro dejaban salir el ruido de las radios y los televisores encendidos. Todos escuchaban noticias.
La libre circulación de la calle donde se encuentra uno de los centros de votación estaba interrumpida por un cinta policial amarilla que advertía precaución. Dentro del cerco, varios guardias armados que impedían la concentración de personas frente a la Escuela Francisco Esteban Gómez. Un efectivo de la GN decía la reportera gráfica de El Sol de Margarita, Tanya Millán, que no podía quedarse allí. Ella respondía que se iría cuando hubiese terminado su trabajo.
En las rejas del colegio la información era escasa. No había tarjetones para despejar dudas de los electores ni listas del CNE. Pese a todo, el proceso fluía. La cola no superaba las veinte personas. Una vez adentro, los miembros de mesa estaban en su lugar.
La mujer que le tocó votar antes que a mí no sabía hacerlo. La persona encargada de explicarle hizo una mueca de fastidio. Le explicó rápidamente. La señora seguía confundida al enfrentarse a la máquina electoral. La secretaria de mesa le indicó nuevamente como hacerlo, esta vez francamente molesta. La delgada mujer lo logró en el segundo intento.
Yo voté con emoción y rapidez. Se me aguaron los ojos mientras introducía el comprobante en la urna y recordé las cajas de cartón donde mis padres depositaban sus votos en mi infancia. Unos minutos más tarde, mi hija Claudia votó con su papá. Al finalizar el sufragio, le mojaron su dedito de tinta y salió contenta porque ella también tenía el meñique pintado de morado.
La calma asuntina fue interrumpida unos instantes por el veloz paso de una docena de guardias en seis motos por una de las calles principales. Por lo demás, este domingo es tan apacible como cualquier otro. Ojalá que mañana sea un día de fiesta.