Un hombre avanzaba con lentitud, arrastrando sus pies torcidos, mientras mendigaba en un vagón del metro de Madrid. Bajé la mirada cuando extendió su mano hacia mí y enterré mi cabeza en la pantalla del móvil.
Sentí vergüenza por ignorar la súplica del mendigo. Elucubré unos instantes sobre los pesares de su vida. Un par de estaciones más adelante, su recuerdo se había desvanecido entre la multitud de otros rostros y otras historias que llenaban el tren a casa.
El rostro del hombre de los pies deformes regresó a mi mente al día siguiente y cuestioné el motivo de mi desplante. La respuesta la encontré en un artículo publicado en la Revista de Psicología Experimental que asegura que entre los humanos la indiferencia es la norma.
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