El sábado caminé por Madrid a contracorriente. La testosterona inundaba las calles con hordas de fanáticos uniformados de blanco que se apresuraban hacia el Santiago Bernabéu o algún bar con TV para ver la final de la Champion League. Tardé un rato en comprender que la publicidad se imponía a las palabras y donde decía “Fly Emirates” debía leer “Real Madrid”.
Al llegar a la calle Fuencarral, número, 3, en pleno hervidero de la Gran Vía, me introduje en otro mundo, más contenido y silencioso. Unas 200 personas pasaron sus bolsos por cintas de seguridad, atravesaron detectores de metales, mostraron sus entradas digitales a una delgadísimas chicas que verificaban los códigos de los tickets con un toque de teléfonos móviles.
A un lado del pasillo otra chica vendía un delgado libro como pan caliente. Un mercadeo diseñado a la medida de lectores empedernidos. No hay carteles, ni preguntas. Sólo una fila de libros y un punto de venta que confirmaba la transacción con otro toque, sin claves ni firmas molestas.
Llegué casi de última a la sala 2 del Espacio Telefónica, un amplio teatro minimalista con un aire industrial de paredes blancas, columnas desnudas de hierro, gradas de madera clara, que cuenta con pantallas aéreas, servicio de traducción simultánea e intérpretes de señas para ayudar a no perder detalle de las presentaciones.
Allí, en los renovados espacios de uno de los edificios más imponentes de la capital española, todos escuchamos atentos a uno de los escritores contemporáneos más aclamados y escurridizos: J.M. Coetzee.
Un hombre delgado, de cabello cano, rostro inexpresivo, quizás algo asustado, se sentó en una silla en el medio del estrado. Un anfitrión lo presentó simplemente como John y explicó las reglas de claras de esta rara aparición pública del renombrado autor que no concede entrevistas.
Así comenzó una conversación fingida entre la editora Soledad Costantini, fundadora del sello El Hilo de Ariadna, y Coetzee. Más que una entrevista, se trató de la lectura de un guión preparado para la presentación del último su último libro Siete cuentos morales, donde reaparece el perturbador personaje de Elizabeth Costello para revolvernos el alma.
Escuchar a Coetzee me erizó la piel. Me hizo pensar en el abismo que existe entre la voz de un hombre con una mirada dura, casi hostil, que detesta el contacto con el público y la voz literaria que emerge de un autor que se deja poseer por sus personajes y que considera la escritura una experiencia religiosa.
En el intercambio de palabras con Costantini, mujer que ha forjado nuevas posibilidades de publicación y de encuentro para la literatura en su Argentina natal y que lo acompañará en otras apariciones en la Feria del Libro de Madrid, Coetzee reveló calculadamente lo que quiso de su pensamiento y de su trabajo.
El autor confesó que desistió de continuar su carrera de matemático porque no era “tan inteligente” como otros estudiantes de las ciencias exactas y porque le inquietó cuando su cerebro comenzó a funcionar como “una máquina”.
La Universidad de Texas le permitió cambiar radicalmente de rumbo al aceptarlo como estudiante de doctorado de Literatura y permitirle el espacio suficiente para leer clásicos, como los manuscritos originales de Sammuel Beckett.
Hijo de un abogado y una maestra afrikaner, creció hablando inglés en Worcester, una ciudad racialmente segregada en Sudáfrica. Pero a sus 78 años, Coetzee se siente distanciado de su país natal y de Estados Unidos, donde enseñó literatura y pensamiento crítico por más de 30 años.
Con un inglés sin un acento definido afirmó que desconfía del idioma en el que ha escrito toda su obra literaria y que después de consagrarse como un autor “internacional” perdió interés en ser leído por el público anglosajón.
La decisión de publicar Siete cuentos morales en español latinoamericano antes que en inglés es un intento de deliberado de desafiar el inglés como la “lengua global” que estandariza expresiones y pensamientos. Y también pareciera un desafío al entregar los derechos de publicación y promoción del texto a la pequeña editorial latinoamericana de Costantini.
Coetzee advirtió que cuando habla de su escritura se expresa a través de metáforas, como excusando la insistencia de Elizabeth Costello en abrirse paso en su obra. Aseguró no tener control sobre ese personaje, que describe como una mujer controladora, arrogante e intolerante. Los conocedores de su obra dicen que Costello es su alter ego femenino.
La narrativa de Coetzee es concisa. En Siete cuentos morales evoca profundas reflexiones sobre la vejez, las relaciones familiares, el amor y la infidelidad con una economía máxima de palabras. Pura emoción sin rodeos. Leyó un fragmento del libro en inglés, mientras Costantini leía la versión traducida al español argentino.
El ganador del Premio Nóbel 2003 también quiso recordar que su obra no se limita al lo literario y mencionó la percepción histórica de las generaciones pasadas y la culpa que abordó en su libro El buen relato. Conversaciones sobre la verdad, la ficción y la terapia psicoanalítica que escribió junto a la psicoanalista británica Isabella Kurtz.
Cuando Costantini le preguntó si se consideraba un escritor cristiano, Coetzee le respondió que fue criado en una familia donde la religión no tenía un papel relevante pero admitió que se siente intrigado por la idea del sacrificio de Jesús. Dijo que “en un mundo ideal”, los libros que ha escrito sobre Jesús no habrían tenido título para que el lector hiciera su propia construcción del personaje alejado de lo que enseña la historia.
Para finalizar hizo un paralelismo entre la escritura y la oración. “Escribir es como orar. Para escribir tienes que enfrentarte a la blancura de una página. A veces la página te responde. Y a veces no. Y es allí cuando conoces la desesperación”.
Coetzee agradeció con un breve sonrisa los aplausos de los asistentes y se retiró a una mesa para firmar los ejemplares recién salidos del horno para el público hispanoparlante.
Escuchaba inmutable los agradecimientos y comentarios de los seguidores que le pedían autógrafos de libros recién comprados y también de ejemplares viejos y manoseados de obras anteriores como El Maestro de San Petesburgo, Desgracia, La edad de hierro. También accedió a tomarse fotos con lectores con pueriles expresiones de emoción, mientras el autor miraba fijamente a la cámara sin hacer ni una mueca.
Cuando me tocó el turno, preferí callar. Sólo atiné a entregarle un pequeño papel amarillo con mi nombre y se lo entregué explicando que era uno de esos largos nombres latinos. Por un segundo, me escrutó con su mirada de la manera que un animal ponzoñoso mira a su víctima antes del ataque. No transmitía odio, ni desdén. La percibí como una mirada de gorgona que petrifica a los osados que se acercan.
Salí de la sala con mi copia de Siete cuentos morales con una prueba física del encuentro. “Para Mariángela, JMCoetzee” escribió con un bolígrafo de punta fina y negra.
Me perdí por un momento entre la muchedumbre madrileña. El hablar pausado, casi susurrante, de este gigante de la literatura seguía resonando en mi cabeza. Ya había caminado varias cuadras cuando me di cuenta que andaba por el camino equivocado.
Al emprender el regreso, me encontré de frente con el hombre delgado, de cabello cano, que presentaba por primera vez un libro en España. Salía por la parte de atrás de edificio, como quien prefiere escapar tras bastidores de los focos de la prensa.
Avanzaba callado con un portafolio colgado de un hombro, mientras Costantini hablaba animada con una amiga. Y, por un segundo, nuestras miradas se volvieron a encontrar. Sus ojos de Scrooge me reconocieron y lanzaron una mirada inexpugnable.
Me tragué la sonrisa de fan quiceañera y seguí adelante. Entonces recordé el placer, el horror, la tristeza que he sentido al descubrir sus personajes profundamente humanos. Me devoré los primeros capítulos de su nuevo libro mientras regresaba en metro a casa.
Y como agnóstica comprendí sus alusiones místicas. Para Coetzee, la literatura es su redención.
1 Comentario
Vira Zambrano Rodríguez
el 27 mayo, 2018 a las 23:44
Gracias!
Gracias Mariangela, por compartir tus vivencias de esa manera tan maravillosa, que me transporta, que me llena de imágenes y me hace sentir que estuve allí.
Un abrazo!
Gracias!
Gracias Mariangela, por compartir tus vivencias de esa manera tan maravillosa, que me transporta, que me llena de imágenes y me hace sentir que estuve allí.
Un abrazo!
Vira