La fantasía de navegar en una ciudad flotante donde todo es placer, descanso y diversión se convirtió en una pesadilla para decenas de pasajeros que quedaron atrapados en cruceros infectados con COVID-19.
Las debilidades de la multimillonaria industria turística se hicieron evidentes al desestimar las advertencias de los expertos y no poner en marcha estrictos protocolos de seguridad con tal de no arruinar las vacaciones en barcos diseñados como resorts de lujo.
Dieron más prioridad al esparcimiento que al resguardo de las vidas de los viajeros.
Como resultado, miles de personas han tenido que permanecer en sus camarotes durante semanas en espera de conseguir un puerto en el que le permitan desembarcar.
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